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Cómo la astucia de Donald Trump lo llevó a ser candidato del partido republicano

Cómo la astucia de Donald Trump lo llevó a ser candidato del partido republicano

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Cuando Donald Trump lanzó su candidatura en junio de 2015, muchos lo subestimaron.

Cómo la astucia de Donald Trump lo llevó a ser candidato del partido republicano
Jueves 21 de julio de 2016 15:36
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Algunos pensaron que era una estrategia para vender condominios eso de que Donald Trump lanzara una campaña presidencial.

Fue el 16 de junio del año pasado, y muchos grandes medios y comentaristas de Estados Unidos lo vieron como un nuevo truco publicitario, ligeramente pasado de tono, de un magnate que producía risa entre las élites por su pelo estrafalario y sus comentarios desmedidos.

CNN pronosticaba ese día "no es claro que el pueblo estadounidense quiera darle la oportunidad". La venerable revista Time comenzaba su crónica asegurando que "con Trump siempre se trata de dinero" y que el multimillonario veía esta "fantasía política" como una gran oportunidad de mercadeo para sus productos.

Los expertos estuvieron, por supuesto, monumentalmente equivocados. Trump inició su campaña destrozando uno tras otro los más establecidos tabúes políticos al comenzar por el punto exactamente opuesto al que deseaban las autoridades de su partido.

Cuando se lanzó a la carrera presidencial, Trump ya era un figura conocida entre el gran público por su rol como estrella de reality y favorito de la farándula.

Y su perfil no se ajustaba a los deseos de la jerarquía republicana, que había advertido que si no querían que los cambios demográficos del país los dejaran atrás, tenían que hacer un gran esfuerzo por atraer los latinos al partido.

El magnate decidió, en cambio, equiparar a los mexicanos con violadores. Era un suicidio político: excepto porque no lo fue.

Rabia

Trump entendió mejor que ningún otro aspirante actual a la Casa Blanca la frustración y la rabia contenida del estadounidense blanco de clase trabajadora, quien ha observado en las últimas tres décadas como la globalización iba carcomiendo su seguridad económica al tiempo que la inmigración iba cambiando su vecindario.

Ahí radica su primera muestra de sagacidad política.

Mientras que buena parte del resto de su partido buscaba captar la atención de los recién llegados a su partido, las minorías, Trump se la jugó por los anglosajones pobres que llevaban años en el sistema y sentían que las estructuras tradicionales del poder en Estados Unidos los habían abandonado.

Y de ahí lanzó una campaña centrada en aprovechar los temores y, si, los odios o prejuicios de ese segmento de la población.

Táctica revolucionaria

Esa era la estrategia. La táctica fue más revolucionaria aún, al menos en el contexto estadounidense.

Se enfrentaba a 15 contrincantes armados con batallones de asesores políticos. El rival a vencer supuestamente era Jeb Bush, el heredero de la dinastía política más de sangre azul en Estados Unidos.

Pero Trump no contrataba asesores, ni pagaba costosas campañas de televisión como lo hacía el resto. En la mayoría de los casos, simplemente tuiteaba.

En una táctica que los latinoamericanos reconocemos por su parecido con la que empleaba Hugo Chávez, Donald Trump se reveló como un maestro en la publicidad política.

La cuenta en Twitter @realdonaldtrump consiguió lo que en su momento hacia el presidente venezolano con su @chavezcandanga: sacudir una y otra vez a la opinión con un discurso a veces burlesco, en muchas ocasiones grosero y en todo caso desafiante, que encantaba a millones buscando una alternativa: era el "antipolítico" que tantos querían oír.

Con cada exabrupto que lanzaba contra Wall Street, los mexicanos o los musulmanes dominaba el mundo mediático por unas horas más. Y así desintegró las aparentemente sólidas campañas de sus rivales republicanos.

Con esta táctica, el más vilipendiado y ridiculizado candidato de la política contemporánea en Estados Unidos arrasó en las primarias, para llegar como ganador absoluto a la Convención Nacional de su partido en Cleveland.

Recta final

Está por comenzar la recta final por la Casa Blanca, y casi ningún "opinador" profesional quiere arriesgarse a repetir el ridículo que hicieron antes al descartar a Trump, tratándolo como una atracción de circo, para luego verlo ganar una y otra vez en las primarias.

Con poco más de 100 días restantes para elegir al presidente, la cabeza fría indica que Trump afronta retos y dificultades gigantescas.

Al cortejar los prejuicios de los hombres de clase trabajadora anglosajona, Trump desenterró un lenguaje de hostilidad racial abierta que no se veía en Estados Unidos en medio siglo.

Y por supuesto, ha movilizado en su contra a buena parte del resto de esa compleja sociedad, aparte de su núcleo de apoyo entre los obreros blancos.

Las encuestas entre las minorías étnicas parecen apocalípticas para el aspirante neoyorquino. Un estudio reciente llevado a cabo en los estados de Ohio y Pensilvania le daba 0% de percepción favorable entre los afroestadounidenses.

Además, cuatro de cada cinco hispanos aseguran que no votarán por él, y esa comunidad cuenta con unas 27,3 millones de personas con derecho a sufragar. En total, ciudadanos con más de 18 años (los que tienen derecho a registrarse como votante) serán algo más de 225 millones, según el datos del Centro Pew.

Las mujeres por su parte, vacilan en respaldar un candidato con un lenguaje agresivo y a veces insultante contra sus adversarias femeninas.

Una parte importante de los republicanos está en franca rebeldía contra Trump, como lo probó de manera espectacular este miércoles Ted Cruz, el opositor más importante dentro de su partido, cuando humillantemente se negó a ofrecer su apoyo por el candidato oficial en un discurso transmitido a toda la nación desde los pasillos de la convención en Cleveland.

Este viernes, en una mesa redonda de periodistas en Cleveland, John Brabender, estratega político republicano y veterano de varias campañas presidenciales, sostenía que Trump tiene todavía que pasar la "prueba de la fiesta de coctel".

Esto es, que a los republicanos educados de clase media no les avergüence decir, en una fiesta con sus amistades, que van a votar por Trump.

Y los intelectuales advierten que, en el largo plazo, Trump ha ayudado a enterrar las perspectivas de su partido en un país que avanza irremediablemente hacia la diversidad racial.

La muralla

Eso nos deja con el corto plazo. Trump ha ayudado a despertar este año odios y rivalidades raciales que se creían superadas en Estados Unidos.

Sus enemigos dicen que le está causando un daño integral a la democracia de su país.

Pero también ha demostrado una infinita sagacidad política para aplastar a rivales que ni siquiera querían aceptarlo como un rival a tomar en cuenta. Las elecciones de noviembre serán reñidas.

Nadie sabe si la perspicacia de Trump le alcanzará para llegar a la Casa Blanca por encima Hillary Clinton. Pero todos están de acuerdo en que su aspiración no es ninguna fantasía política, como auguraban tantos en junio de 2015.

Es una realidad sólida, maciza, como una muralla contra la que se han estrellado y desintegrado muchos de los que no lo tomaron en serio.

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BBC MUNDO

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