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El extraordinario relato que hizo Arthur Conan Doyle de las Olimpiadas de 1908

El extraordinario relato que hizo Arthur Conan Doyle de las Olimpiadas de 1908

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El italiano Dorando Pietri se convirtió en protagonista absoluto de la crónica de Arthur Conan Doyle.

El extraordinario relato que hizo Arthur Conan Doyle de las Olimpiadas de 1908
Sábado 6 de febrero de 2016 11:59
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"Y al final apareció, ¡pero cuán distinto al exultante vencedor que todos esperábamos!".

Eso escribió el británico Arthur Conan Doyle, el creador de Sherlock Holmes, al ver a Dorando Pietri a 300 metros de la línea de meta durante la maratón de las Olimpiadas de 1908.

El famoso escritor estaba allí, en el recién estadio de White City de Londres, para cubrir la final de la carrera para el diario Daily Mail.

Y no pudo disimular la sorpresa al ver al que parecía que sería el ganador de la carrera: un escuálido confitero de Capri, Italia.

Era "un hombre pequeño con medias rojas", lo describió. "Una criatura diminuta con cara de niño".

Pero no fue eso lo único que llamó la atención.

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También se sintió conmovido por el tesón del hombre al que ya le fallaban las piernas.

Y sufrió con él los últimos metros, tal como se percibe en la trepidante crónica que escribió después.

Tensa espera

"Se tambaleó al enfrentar el rugido del aplauso", narró Conan Doyle. "Giró débil a la izquierda y trotó cansado por la pista".
"De repente el grupo entero se paró. Gesticulaban con desenfreno. Los hombres se levantaron. ¡Cielos! Se ha desmayado", hizo patente su sorpresa.

"¿Es posible que justo ahora, en este último momento, se le escape el premio de entre los dedos?".
Y es que eran los 200 últimos metros de una carrera que comenzó en el castillo de Windsor, en el condado de Berkshire, en el sudeste de Inglaterra.

La grada entera esperaba en tensión, y vigilaba que ningún otro atleta apareciera en su campo de visión antes de que Pietri se levantara.

"Cada ojo se deslizó hacia el oscuro arco (del que había emergido el confitero italiano). Aún no aparecía ningún otro (atleta), y se oyó un gran suspiro de alivio".

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El escritor fue incluso más allá en sus comentarios.

"No creo que ningún hombre de entre la multitud deseara que la victoria se le escapase a aquel valiente italiano en el último instante".

Ningún espectador lo deseaba, incluido él.

"Ha ganado. Debería lograrlo", reivindicó.

Y él también se sintió aliviado cuando Pietri por fin se incorporó.

"Gracias a Dios, está de nuevo en pie. Sus pequeñas piernas rojas avanzan incoherentes pero sin cesar, impulsadas por una fuerza de voluntad suprema", narró.

De caídas y ayuda

Pero Petri no tardó en volver caer, en reincorporarse, y en caer otra vez.

"Colapsó de nuevo, y varias manos amigas lo salvaron de un duro golpe", escribió Conan Doyle.

"Estaba a pocas yardas de mi asiento. Y entre figuras que se incorporaban y manos que tanteaban el aire, pude ver su cara demacrada y amarillenta, sus ojos vidriosos e inexpresivos, el oscuro y lacio pelo pegado a la frente", narró.

"Con seguridad, está acabado. No va a poder levantarse de nuevo".

Para aquel entonces ya habían aparecido en escena otros atletas.

Pero Conan Doyle se equivocó. El italiano, terco, se volvía a incorporar.

"Se tambaleó, sin rastro de inteligencia en su rostro, y puso otra vez sus rojas piernas en marcha, automáticas", describió.

"¿Caerá de nuevo? No, se tambalea, se balancea, y cruza la cinta hasta una veintena de manos amigas", contó.

"Ha llevado la resistencia humana hasta sus límites. Ningún romano en su mejor momento se comportó mejor que Dorando (Pietri) en las Olimpiadas de 1908. ¡La buena casta no está extinta!", escribió satisfecho.

Petri fue el primero en llegar a la meta, pero la delegación de Estados Unidos pidió que fuera descalificado por haber recibido ayuda de la organización.

Ante esto, el autor de Las aventuras de Sherlock Holmes añadió un posdata a su crónica.

"A medida que escribo me llega el rumor de que ha sido descalificado. Si es cierto, es una tragedia", escribió.

"Pero hay mejores premios que una medalla y una rama de roble", añadió.

En las Olimpiadas de 1908 de Londres otorgaron a los ganadores una rama de roble en lugar de la tradicional de olivo, porque según los organizadores representaba mejor al Reino Unido.

Las ramas las cortaron de los robles del parque Windsor, al sur de la capital.

Una de ellas se la llevó el estadounidense Johnny Hayes, a quien los jueces dieron por ganador de la maratón.

Conmoción y fama

La prensa comparó al confitero con Filípides, el héroe de la Antigua Grecia que inspiró la moderna maratón.

Según el mito, en el año 490 a. C. este soldado de Esparta habría muerto de fatiga tras haber corrido unos 37 kilómetros desde Maratón hasta Atenas para anunciar la victoria sobre el ejército persa.

Los británicos que lo vieron desde la grada y tanto habían animado a Pietri quedaron conmocionados, y también los que lo conocieron por la crónica de Conan Doyle.

Hasta la reina Alejandra estaba tan enojada con la decisión de los jueces que otorgó otro trofeo al italiano, como premio de consolación.

También le dedicaron una recepción en el teatro Oxford, en el que los espectadores no dejaron de aplaudir hasta que su diminuta figura desapareció tras el telón.

Al otro lado del Atlántico, en Nueva York, unos promotores lo convencieron para que volviera a batirse con Hayes, esta vez en el estadio Madison Square Garden.

Aquella carrera de 42 kilómetros la ganó Pietri, sin desfallecer ni una sola vez y sin ningún tipo de ayuda.

El obstinado confitero de Capri se volvió toda una celebridad, en parte con el impulso del creador de Sherlock Holmes.

BBC

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